martes, 14 de enero de 2014

EL PEREGRINO





“Un brote de bambú escapando de su vaina.
¡Un guerrero en armas!”
Kawai Chigetsu

 
Cuando necesitaba borrar los límites de su cuerpo, cuando quería volar escapando de la realidad palpable y encontrarse a sí misma, se refugiaba en un templo budista tibetano enclavado en una callejuela estrecha de un barrio de la capital.

Aquel día esperaba más gente de lo habitual a las puertas de la sala de meditación, pero no le pasó inadvertida la presencia de un hombre, que desprendía un magnetismo desconcertante.

Descalzándose, uno por uno fueron entrando, postrándose algunos ante la imagen de Buda y adoptando la postura del loto en sus cojines. El sonido de los cuencos tibetanos resonaba armónicamente, induciendo a un estado profundo de relajación. Una vibración interna se apoderó de ella, y de repente visualizó claramente al hombre, en esa misma sala, portando un hacha en una mano y una caña de bambú en la otra. Esa revelación tenía un significado y optó por ser mensajera para el hombre.

“No es la primera vez que me adjudican un pasado hostil, fui guerrero mongol en otra vida”.

De hecho, era la dualidad personificada: físico imponente, complexión atlética, rasgos afilados y marcados, pero sus ojos de color vino reflejaban una bondad que desentonaba con el resto del conjunto. “Yo camino, soy peregrino”.

No puede resistir la tentación de invitarle a cenar en su casa. Mientras narra cómo sus acciones mortificantes del pasado le han llevado a su peregrinaje y a tomar refugio en el dharma, ella siente perderse en el brillo de sus ojos.

La invita a que mediten juntos. Se sientan uno junto al otro, creando un único espacio, fluyendo, abrazando la energía del otro durante un tiempo.

Abren los ojos y se miran. Él se acerca a sus labios y los roza, muy lentamente, se besan.  Su pecho es puro fuego, una llama incandescente que va consumiendo poco a poco todo su cuerpo, despertándola por fin de un largo letargo. La total apertura de espíritu y sentidos propicia una fusión cálida, un intercambio de sensaciones, un estado contemplativo de la entrega, sin expectativas.

Se desnuda frente a ella mostrando su cuerpo torneado, quitándose por último el “mala” del cuello. Comienza a acariciarle, a moldearle de arriba a abajo, a estudiar cada resquicio de esa piel sedosa que huele a canela y sándalo.

De repente, la toma en brazos apenas sin esfuerzo y es entonces cuando aparece el guerrero: preciso, aceptando el desafío, preparado para la lucha de los cuerpos. La posee embistiéndola con fuerza, se esfuerza, suda, resuella, aprieta sus senos, jadea, la estrecha contra su cadera mordiéndola el cuello, la domina, la intoxica, la envenena.

 La envenena…

Fue a despedirle a la estación de autobuses. Portaba un bastón de madera de cerezo que terminaba en una “V” en su parte superior, como la inicial de su nombre. Se le antojó fantasear que aquel cayado simbolizaba el propósito de su cruzada, ella era el estandarte de su peregrinaje y le apoyaría en los momentos de fatiga, dándole el ánimo necesario para seguir adelante y continuar hasta el final.  Pero la ponzoña la seguiría envenenando día tras día…

 

“Caña de bambú, sintiéndose viento.

Soñando silbar entre los árboles del camino.

Buscando dónde enterrar el hacha de guerrero

para poder librar la batalla, y regresar por fin a casa”.





 

 

jueves, 15 de noviembre de 2012

MÁS ALLÁ DEL LÍMITE


Quiero cruzar el umbral, quiero llegar más allá del límite…
Estas palabras resonaban en su cabeza, como uno de sus sets mezclados con la más ardiente de las pasiones.
 Aunque nunca había escuchado su voz, le imaginaba susurrándoselas en el oído, tan cerca que sus labios podían rozarla mientras las pronunciaba…
DJ su vocación, seductora su naturaleza, la incitaba para que fuera a visitarle a Nueva York, donde embaucaba en las noches a todos con su elegancia racial en la famosa sala “Cielo”,  en la Calle 12 de la Gran Manzana.
Máscara y traje de cuero, fusta en mano, entró en el Club con seguridad felina, liviana y enigmática. Bolas de espejos, luces de neón y cocktails Cosmopolitan congregaban aquella noche temática dedicada al cine a cientos de almas urbanas en la pista de baile.
Comenzó a bailar sensualmente frente a él, y cuando se percató de su presencia se quitó los cascos lentamente, hechizado por sus ojos de gata. Durante un par de horas se seducen a distancia, hasta que termina su sesión e impaciente, la agarra fuertemente hasta llegar a un reservado.
“Crucemos el límite, ahora”…
Se aproximan despacio, hasta que ya no hay espacio entre ellos, ya no hay límites. Sus labios suaves, gruesos, se entregan, y se besan en una espiral sin retorno. Sus bocas se pierden, llevándoles al delirio, a la pérdida del sentido del tiempo, al abismo de la entrega prohibida, al precipicio del placer extremo. Se lamen, se muerden;  la respiración es profunda, casi duele. Él descubre en ese momento que está justo hecha para él. Ella sabe que él tiene todo lo que ella necesita.
Sus ojos la penetran,  baja la cremallera de su traje de cuero, la agarra del cuello, la acaricia con ansia, la besa,  sólo tiene urgencia por fundirse con ella.
La empuja suavemente contra la pared, pero ella se resiste. Le coloca frente a ella y le desabrocha los botones de la camisa, y le acaricia, le araña, haciendo honor a su nombre…
Siente cómo su miembro está esperando erguido, deseando que lo tome, es todo para ella, sin contemplaciones. Él toma la cabeza con sus manos y la dirige suavemente. Sus movimientos son olas, saboreando el placer de su cuerpo, que es un libro abierto a sus estímulos. Y cree que va a morir… Suspira, pero ella se detiene.
Y él la empuja hacia el sofá, y con fuego le desprende el traje, su segunda piel.
Comienza a morder su cuello como un gato en celo, mientras sus manos dibujan su ropa interior. Sus dedos se abren camino y la toca suavemente, provocándola escalofríos y aparta la parte de atrás del tanga, y entra, entra en ella agarrándola de sus caderas mientras se come las comisuras de sus labios… Completamente ausente, la embiste con fuerza, se le va la vida en ello, se le va... hasta que se convierten en ritmo y la música suena, dentro y fuera de ellos, en perfecta armonía.



martes, 6 de noviembre de 2012

SACRILEGIO



Un encuentro casual en la presentación  de la última novela de un viejo amigo escritor en Roma la había situado en el más terrible de los abismos, provocándola un deseo que la debatía en una lucha consigo misma, con su ángel y su demonio. Sabía que estaba a punto de jugar con fuego, y si se quemaba podría pasarle una factura moral más que considerable. Pero no dejaba de ser un hombre, y aquel hombre no dejaba de mirarla durante la cena después de la ceremonia, perturbándola con su porte regio y solemne, a la vez que endiabladamente excitante… Y finalmente la ceguera se impuso a la razón.

Camina contoneándose por las calles empedradas. Siente las miradas en sus curvas de los transeúntes, pero intenta parecer ajena a ellas, escandalosamente pudorosa. Entra en el santuario y sus tacones de aguja resuenan con el eco de lo prohibido. Se acerca al confesionario, arrodillándose, hincándose las costuras de sus medias, preámbulo de un sacrificio religioso delicioso.
-          “Ave María Purísima”- pronuncia.
-          “Sin pecado concebida” – añade él.
-          “Padre, confieso que he pecado” -susurra sensualmente, intentado adivinar el gesto del hombre que está detrás de la celosía.
-          “Dime, hija mía, qué es lo que te atormenta” –dice, con su voz grave, penetrante, envolvente.
-          “Padre, le confieso que… he tenido pensamientos impuros con usted.”.
-          “Llevo días esperándote”.

La puerta del pequeño habitáculo chirría al abrirse, invitando al más lujurioso de los encuentros. El padre se transforma en hombre;  el olor a velas y castidad en cuerpos húmedos y desenfreno. La moldea con sus manos, observándola. Acaricia sus pezones por encima de la blusa, turgentes, y comienza a morderlos provocándola escalofríos de placer. Se agacha y comienza a subirle la falda, descubriendo que no lleva ropa interior. Y se alimenta de su sexo, la engulle como si fuera el cáliz y se embriaga con sus gemidos, que retumban dando gracias al cielo por semejante éxtasis.

Y le sienta, y le sube la sotana y comienza a lamerle, a comer de su miembro, todo entero, en su boca mientras le acaricia… y se sube encima de él y ayudándose de su mano lo coloca a la entrada de su sexo, y entra, muy suavemente, se desliza dentro de ella y comienza a moverse dentro de él… Agarra sus nalgas, ayudándola a marcar el ritmo, como a él le gusta… y comienza la escalada gradual al nirvana, y siente que va a desbordarse dentro de ella, y se desborda. Y ya no hay vuelta atrás.

Y da gracias a Dios haber nacido hombre, porque había encontrado a la mujer.

Y le recuerda cada vez que camina por las calles empedradas de cualquier ciudad...




martes, 23 de octubre de 2012

VOZ DEL AMAZONAS




 
“La Naturaleza es una mujer. Por eso se le llama Madre Naturaleza. La Naturaleza es una dadora, ayudadora, una amiga verdadera, una sostenedora. La Naturaleza no es otra cosa que armonía constante.” -Yogi Bhajan -

Aquel encuentro transformó su visión, de sí misma y de la sensibilidad del hombre en toda su esencia. Reproducía una y otra vez en su mente cada secuencia; en su cuerpo cada caricia; en su alma, cada segundo de ese viaje sin retorno. Ese hombre había abierto la caja de Pandora, y su objetivo ya no era otro que volver a encontrarse a sí misma en esa redención, rindiéndose al origen para entregarse toda ella, plena. Y decidió emprender su cruzada, en busca de argumentos para encajar las piezas de la novela de su vida.
Desde Iquitos embarcaron rumbo al ecolodge, atravesando el Amazonas. La reserva de “la tierra de los ríos espejos” se hacía esperar, o quizá la impaciencia por llegar, hacía de aquel caudal inmenso la más eterna de las esperas. Tras horas bajo un sol implacable, que les azotaba mientras atravesaban el serpenteante río, el motor de la vieja barcaza se paró, augurando por fin la llegada. Los aguajales eran difíciles de sortear y el porteador tuvo que ayudar uno por uno a los integrantes de la expedición para apearse y no caer en las aguas pantanosas. Había sido invitada por una conocida publicación internacional para acompañar con sus palabras las fotografías de aquella exuberante biodiversidad.
Cada jornada era una aventura. El escenario era tupido, denso. La espesura dificultaba su torpe paso y a duras penas podía seguir el ritmo del grupo. Aquel día el calor era insoportable y decidieron hacer un descanso. Necesitaba refrescarse y se alejó, hasta llegar al claro y dar con uno de los parajes más bellos que jamás había visto. Se cercioró de que estaba sola, se desnudó y sin pensarlo se sumergió hasta llegar a la cascada, para disfrutar del abrazo del agua rodándole por su cuerpo desnudo. Notaba una presencia y decidió salir, escondiéndose pudorosamente. 

Y de repente le vio, cámara en mano. Cejas pobladas enmarcando sus ojos cristalinos; piel curtida por el sol fruto de tantos viajes. Intentó esconderse tras el follaje, pero esos ojos penetrantes la paralizaban. Se acercó a ella y sin mediar palabra, puso la mano en su hombro y comenzó a acariciarla, suavemente, con esa sensibilidad y delicadeza del artista. Las gotas resbalaban por su cabello, sus senos, deslizándose por su piel erizada. Sus labios se encontraron; besos mojados con sabor a tierra y humedales. La tomó en brazos depositándola en el suelo mullido y comenzó a saciar su sed, a beber de ella, cada poro de su piel, cada resquicio. Quería mirarle a los ojos, verdes como la vegetación que les envolvía, y le poseyó envuelta en una humedad cegadora. La luz se tamizaba entre la frondosidad de aquella selva y los rayos incidían tenues en la escena. Por primera vez fue consciente del sonido de la cascada, del graznar de los guacamayos y tucanes, de los gemidos del hombre. Y fue suyo, incontrolablemente, dirigida por la orquesta de una fuerza oculta que conjugaba en perfecta armonía la voz de la naturaleza en estado puro, descifrando su significado y siendo parte de la música, con el eco de su voz confundiéndose con cientos de batir de alas…
Meses después recibiría en su buzón un sobre sin remitente. Fotografías de jaguares, sachavacas, roncosos y perezosos, tapires y pelejos… y su cuerpo desnudo bajo la cascada.

 

miércoles, 17 de octubre de 2012

LA REDENCIÓN


"La divinidad se revela a través de la rendición".
Osho
 
Destino desconocido. Buscaba un nuevo argumento para su novela y cogió ese tren, cualquier tren, mientras llegaba la inspiración. Estación de Niza. Tomaba notas en su viejo cuaderno, pero se entretuvo en mirar los rostros de las despedidas en el andén y tardó en darse cuenta de la presencia de un hombre esperando, de pie, a la puerta del compartimento. Un escalofrío le recorrió la espalda cuando sus ojos se encontraron; había algo en él tremendamente seductor, endiabladamente mágico.

Durante mucho tiempo permanecieron en silencio; sus miradas se cruzaban y la tensión era palpable. Empezaba a anochecer y cerró los ojos intentando evitar cualquier fantasía con él, intentando que su respiración fuese lenta...

Una corriente en los labios la despertó. Abrió los ojos y estaba frente a ella, agachado; la estaba besando. La miró esperando su reacción. Se acercó de nuevo a su boca y siguió besándola en los labios, muy despacio, para despertarla, para que fuera consciente de que aquello no era un sueño. Estaba paralizada, y como un volcán en erupción fue despertando poco a poco. Empezó a acariciarla; parecía que aquel hombre la hubiese modelado, conocía cada curva de su cuerpo, cada recoveco, tenía el secreto de su piel en llamas y el mapa de sus instintos más primarios.

La desnudó, atónita, temblaba ya de placer ante su sola presencia y decidió entregarse sin trabas, sin miedos. Las yemas de sus dedos ardían en su piel, dejándola surcos de fuego. Caricias aleatorias pero estudiadas; espasmos incontrolables que hacían sentir la verdadera naturaleza de su existencia. Comenzó a desnudarse él también y se tumbó encima de ella; sus cuerpos encajaban a la perfección; la penetró muy lentamente, comenzando un diálogo armonioso, una explosión de los sentidos como jamás hubiera imaginado. Volaba con cada movimiento, su miembro parecía hablarle un idioma hasta ahora desconocido, y comenzó a sentirlo. Era una serpiente que parecía desenroscarse, desde su sexo hasta la nuca, en un estado vibratorio cálido, flotando en un recipiente de líquido que la envolvía… Silenció su orgasmo respirando de su aliento, conteniendo los gemidos con los suyos propios… Y permanecieron así, fundidos, sudados, en éxtasis todavía durante un tiempo...

Despertó desnuda, tumbada en el suelo, sola. El hombre ya no estaba.

Recordó entonces las palabras de aquel viejo chamán pronunciadas sin sentido en uno de sus viajes: “Y tu alma encontrará su redención a través del sexo”. Y la inspiración llegó.